Vivimos una época donde abundan nuestras palabras, en la que nos gusta muchísimo hablar, expresar lo que pensamos y sentimos; sin embargo, hay algo que preocupa, y es que, bajo los efectos de la emoción o de algún momento de felicidad, de tristeza, enfermedad, necesidad o dolor, se activa en nosotros un deseo de prometer muchas cosas de las que, seguramente, no pensamos el alcance que puede tener.
La
mayoría de esas promesas se las hacemos a Dios creyendo que Dios es un hombre
como nosotros, que se le olvidan las cosas, o que sencillamente, lo que le
decimos no trasciende. Es decir, consideramos que para el no reviste importancia
lo que le expresamos. Muchas palabras presurosas usadas en la oración demuestran
la necedad del corazón, las pobres opiniones que tenemos sobre Dios y los
pensamientos desconsiderados acerca de nuestra propia
vida.
Tomado de Revista Heraldo de la verdad Vol. 158/Año 57-Julio 2012. IPUC Colombia
Tomado de Revista Heraldo de la verdad Vol. 158/Año 57-Julio 2012. IPUC Colombia
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